Nos situamos, en el Museo Nacional del Prado, ante un óleo sobre lienzo absolutamente imponente, de casi dos metros de altura, que representa una figura en primer plano bañada por una brillante luz lateral, y otra en segundo plano. La primera, que parece contemplarnos con fijeza pensativa, es parcialmente alopécica, tiene barba y lleva en sus brazos a un bebé que reposa plácidamente mientras es amamantando, para lo que descubre un redondo y gran pecho. Sujeta con delicadeza el cuerpo del bebé, las manos apenas parecen sostenerlo, por la suavidad con que lo sujetan. Del brazo cuelga un paño blanco, que resalta por su luz y que parece aludir a lo asistencial de la relación. Del bebé vemos el perfil, y que acerca los labios a un pezón que no llega a chupar. El seno destaca por su centralidad y alta implantación en el pecho, que se adivina cubierto de vello, de forma que se sitúa muy contiguo a la barba, subrayando la aparente incompatibilidad de ambos.
Nada tan revelador de una época como los significados que atribuye a las obras de arte. La historia de las vicisitudes en la recepción de esta obra es algo que debería ser objeto de estudio al abordar su análisis iconológico, desde la interpretación de Theophile Gautier hasta, en el momento actual, los calificativos que instituciones y profesionales de reputada fama atribuyen a la retratada, sin ningún pudor y sin pensar que Magdalena Ventura representa a todas esas mujeres cuyo hirsutismo es asumido e integrado en el amplio espacio que los estudios de género han abierto en el mundo de muchos de nosotros. No de todos, y esto es lo que encontramos en algunos sitios de Internet:
Deformidad: “En los siglos XVI y XVII las deformidades eran un entretenimiento”.
Ideas esencialistas sobre el género: “…confirmando que efectivamente ese ser barbudo se trata de una mujer.”
Calificación de “curiosidad de la naturaleza”: “…curiosidades de la naturaleza, tales como enanos, bufones o, en este caso, una mujer barbuda”
Categorización como un caso (desde una perspectiva médica difícilmente sostenible en este contexto, después de Foucault): “cultura científica: el caso de la mujer barbuda”.
Y, sobre todo, lo que, sabiendo lo que sabemos hoy en biología y medicina, es lo más cruel, por mucho que lo diga la propia inscripción en el cuadro: monstruo. Porque decir monstruo, “lo que presenta desviaciones respecto a su especie” según la RAE, es decir de algo (y de todos los seres que ese “algo” representa) que no entra en ese espacio amplio y comprehensivo que es hoy el género, que es hoy lo queer.
Un “milagro de la naturaleza”, nos explican, es un “efecto perceptible a los sentidos que sobrepasa los poderes de la naturaleza y de todo ser creado”; pero el tiempo ha pasado, occidente sabe mucho sobre el cuerpo, aunque no podamos decir lo mismo de la humanidad: queda mucho por educar. Sabemos que Magdalena es, sencillamente, una persona con hirsutismo. Ribera habló con amor y respeto, y trató con la delicadeza del que comprende. Magdalena es, lisa y llanamente, una más entre nosotros, en un mundo que, como decíamos, queremos amplio y comprehensivo. Monstruosas son, hoy y entonces, la discriminación, la exclusión y la ignorancia.
Debatcontribution 0el Jasper Johns (1954) Flag, sencillo gráfico comparativo
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